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viernes, 31 de marzo de 2017

GRACIAS MAESTROS

                                              



         




Por:  Francisco L. Valderrama A.

Para la Revista MIRADOR DEL SUROESTE, edición 60, marzo de 2017

Al igual que hoy, los que ya alcanzamos el otoño de la vida hacíamos en la escuela trabajos académicos relacionados con algún tema específico. En la materia que entonces llamábamos LENGUAJE los maestros nos pedían redactar textos para la madre, la patria, algún prócer o para celebrar eventos sociales o religiosos.  No recuerdo que nos hubiesen solicitado uno dedicado a ellos mismos. Quizás para evitarnos chanzas por parte de los compañeros pero sobre todo por su sentido del honor y del decoro, que entonces, como ahora, les impedía una petición de esa naturaleza.

Es hora de saldar la deuda de gratitud con los maestros de ayer, de hoy y de siempre. Esta es pues la tarea inconclusa, la que por temor, timidez o falta de conciencia no se hizo en su momento. Hoy la misma conciencia exige y obliga. Son  palabras que nacen del alma y  no reclaman retribución ni calificación.

Somos hechura de nuestros maestros, tanto de los que en las aulas moldean con esmero la materia prima que se les confía, como de padres y todos los que en algún momento  transmiten enseñanzas de vida. Si bien no existe un solo ser humano del cual no tengamos algo para aprender, este sencillo homenaje es para los maestros de la primavera de la vida: los de guardería, escuela y colegio. Por supuesto lo merecen también los de la universidad, sólo que los encontramos cuando ya despunta el verano, somos producto más elaborado y ya los primeros han cumplido la noble tarea de señalarnos el camino y darnos alas para que cada cual decida como las usa y a qué altura quiere volar.  

Nuestros padres lo han hecho con amor y por amor. Por la misma razón, con algunas fallas, porque el filtro del amor en ocasiones limita y ciega.  Los maestros lo hacen por devoción, sin los condicionamientos ni los miedos de los padres. Son autoridad sin imposición, mando sin estridencia. Siembran para que otros recojan, viven para alumbrar y no para brillar, para dar y no para recibir. Entrega en su acepción más desinteresada.
Media un abismo ético entre la política y la docencia. En ocasiones la política atrae gente recta, que quiere servir, ser útil. Pero también convoca, la mayoría de las veces, personajes nocivos que solo buscan poder y lucro personal. Los maestros eligen una profesión que a lo sumo les permitirá una vida decente. Lo saben y aun así la adoptan con dignidad. No abundan los maestros ricos pero si políticos enriquecidos por el ejercicio de una actividad que usualmente ejercen sin escrúpulos ni principios.

El maestro identifica las cualidades de sus alumnos para potenciarlas. El político amplifica los defectos del contrario para destruirlo. A la docencia se suelen vincular las mentes limpias. Por el contrario, la deshonestidad intelectual es  esencia del político: voto mata prontuario parece ser su lema.

No son seres perfectos pero el equipaje de los maestros está repleto de integridad, de rectitud, de compromiso social. El balance obra en su favor. Sean cuales fueren sus circunstancias de vida, siempre están dispuestos a transmitir sus enseñanzas e incluso, muchas veces, modelos sociales y académicos imperfectos o que no comparten. Esa es su devoción y su tarea. Y cuando terminan su labor en las aulas deben  acometer la de padres: enseñar día y noche, sin descanso, sin tregua, sin los reconocimientos sociales que suelen recibir otros que no los merecen.

En medio de las limitaciones propias y de las que surgen de modelos educativos concebidos usualmente para mantener el statu quo, para esterilizar y no para fecundar, enfrentan retos tan complejos como inculcar el hábito de aprender; recrear la vida como un aula permanente;  educar para pensar con libertad, sin dogmas impuestos por nadie; para la incertidumbre y no para la certeza, para el sano escepticismo y no para la fe ciega, para cuestionar y no para obedecer y ante todo, para enseñar a reconocer en todos los seres humanos, sin distinciones de ninguna naturaleza, los mismos derechos y los mismos deberes.

Seremos  una sociedad en paz y un país viable cuando la dirigencia pública entienda que su papel es servir y no hacer negocios con los recursos colectivos, cuando los empresarios vean las utilidades como una consecuencia y no como un objetivo, cuando los jueces se limiten a aplicar las leyes e impartir oportuna justicia, cuando soldados y policías sean garantía para todos y los uniformes de la patria merezcan acatamiento de los ciudadanos pero también respeto de quienes los portan.  Pero sobre todo cuando los héroes sean los maestros y su profesión sea la más respetada, la más reputada, la más reconocida. 

MUCHAS GRACIAS MAESTROS

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