En momentos en que la corrupción se ve ratificada por la proliferación
de la podredumbre en los electores y en los elegidos, un escrito que nos llama
a la reflexión profunda por parte de nuestro hermano y amigo Pacho Valderrama,
se vuelve de obligatoria lectura. Es necesario que después de un análisis
mesurado y meditado, algo cambie en quienes observen, en este obsequio, la
oportunidad de emprender un nuevo camino en el hallazgo de unas soluciones para
la crisis de nuestro país.
“Es
un verdadero fugitivo el que huye de la razón”
Marco Aurelio.
DIATRIBA INÚTIL CONTRA
LA POLÍTICA
Revista: MIRADOR DEL SUROESTE
La política ha sido, aquí y allá, un ejercicio esquizofrénico. Las palabras dicen lo que los hechos niegan. Un trastorno total de pensamiento, emociones y conductas. Y también una lucrativa profesión, muy lejana de la vocación de servicio que se supone debería impulsarla. La praxis política se nutre de la ignorancia, el miedo, el fanatismo, la intolerancia, la codicia.
En Colombia en particular la caracteriza una polarización derivada más
de enemistades personales que de concepciones enfrentadas sobre el modelo de
país.
Se apela a las emociones, al miedo, para inhibir las posibilidades
reales de cambio que podrían surgir de ideas diferentes. Una dirigencia
política y empresarial voraz, insolidaria (solo la caridad, debidamente
publicitada, parece ser de recibo) ha convertido a Colombia en una eterna
desesperanza. Una sociedad excluyente, concebida para usufructo de pocos, que
niega a sus ciudadanos un lugar en la dignidad.
La democracia no es otra cosa que la confrontación civilizada de ideas
distintas. Y si bien deciden las mayorías, no se puede gobernar pisoteando
minorías ni contradictores que también son ciudadanos del mismo país. Incluir
al diferente hace meritorio el ejercicio del poder, el triunfo político: no es
exacerbando el miedo al otro como se construye democracia.
Hemos caído en manos de políticos de
profesión con una capacidad probada de destruir lo que tocan. Políticos
variedad “cabuya”, cuyas convicciones tienen la solidez de una piola en el
bolsillo. Personajes sin escrúpulos que fabrican una realidad a la medida de
sus conveniencias y prejuicios. El poder es el objetivo, el medio el voto y
engañar la estrategia, así sea menester recurrir a falacias que se propalan con
premeditación y alevosía. La política honesta se ha convertido en un oxímoron:
algo así como ser medio virgen o radical moderado.
Los recursos públicos no son un botín para
quien logra la mayoría de votos mientras el contrincante espera su turno para
hacer lo mismo. El bienestar colectivo no puede ser un subproducto marginal que
entrega al ciudadano las migajas de la rebatiña de élites cuya única preocupación
es asegurar la continuidad de un modelo político y económico que llevan
explotando y usufructuando 200 años.
Esa manera mezquina de entender la política,
destruye cualquier sociedad. En el vecindario hay ejemplos recientes de las
consecuencias de ignorar las necesidades de la gente y menospreciar la
irritación colectiva. No es asunto de si va a ocurrir sino de cuándo va a
ocurrir: para bien o para mal, el hartazgo ciudadano pasará cuenta de cobro. Un
político, un gobernante, un dirigente tiene que generar esperanzas, no miedos.
Colombia avanza a pesar de sus gobiernos, no
por causa de ellos. La lupa puesta en la situación de los vecinos, compleja y
grave pero que deben resolver ellos, desvía la atención sobre lo que pasa en El
Chocó o la Guajira, los cinturones de miseria, la falta de oportunidades, la
corrupción pública y privada generalizada, la guerra generada por los vicios de
otros, la debacle de la salud, la inequidad que nos ubica como uno de los
peores países del mundo en la materia.
El ejercicio del poder termina convertido en
un lente mágico que desaparece problemas que se magnifican cuando se es
candidato o un megáfono que los amplifica cuando gobierna otro pero los
asordina cuando la responsabilidad de solucionarlos es propia.
Hay que decirlo con todas las letras. La
política en Colombia es una verdadera cloaca, al igual que el entramado público
y privado que la financia. Por supuesto hay excepciones valiosas, merecedoras
de reconocimiento y aplausos. Ejemplos de dignidad que devuelven la esperanza.
No enaltece el ejercicio político estar
rodeado de seguidores acríticos, sin vuelo propio, pero sí lo hace el apoyo que
surge de ciudadanos conscientes, informados, deliberantes. Quizás hoy no sean
muchos pero no va a ser así siempre.
No
obstante, son los políticos los que toman las decisiones que impactan nuestra
cotidianidad y deciden nuestro futuro. De manera que es ineludible intervenir,
cuestionar, vigilar, exigir, para convertir la política en una actividad
honorable. Puede parecer inútil, pero al menos el recurso de la sanción social
está en nuestras manos. En uso de ese derecho nace esta diatriba.
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