MOVIMIENTO CÍVICO
DE MEDELLÍN
Y EL ÁREA METROPOLITANA
El resultado de la firma de los
acuerdos de la Habana, no puede quedar solamente en manos del Gobierno y de las
Farc. El pueblo tiene que ser protagonista en la construcción de la Paz
Por:
GONZALO ÁLVAREZ HENAO
La firma en la Habana del acuerdo del
cese al fuego bilateral, entre el Gobierno de Santos y las Farc, es el
acontecimiento político más trascendental de los últimos tiempos en Colombia, y
una contribución gigantesca a la elevación del nivel de la cultura
política del pueblo, habida cuenta del intenso debate que se ha suscitado
entre los partidarios y los enemigos de la paz, puesto que la guerra beneficia
a los fabricantes de armas y a los que manejan negocios obscuros, pues el
fragor de la confrontación permite el florecimiento del narcotráfico y de la
corrupción. En un país en paz los recursos se pueden destinar para satisfacer
las necesidades más apremiantes de la población, y los flagelos del
narcotráfico y de la corrupción, son más fáciles de controlar.
Al igual que muchos colombianos, valoro
positivamente la firma de los acuerdos que permiten un cese al fuego bilateral
y que ponen fin a las hostilidades, porque contribuyen al sello definitivo del
proceso de negociación y a la búsqueda de la paz, tan escasa y tan difícil de
conseguir, por las desigualdades tan marcadas que existen en nuestro
país.
La mayoría de los colombianos están cansados de la guerra,
por el dolor y el sufrimiento que genera, pero hay que decir que también están
asqueados con la forma como se ha gobernado este país, puesto que el modelo
presidencialista, arraigado en la Constitución del 91, cuyos efectos
generan el caos institucional, es el que mantiene de rodillas a los congresistas esperando
lo que hoy denominan, la mermelada y a algunos jueces esperando prebendas
personales. Esto debido a la falta de pesos y contrapesos, habida cuenta
que las otras ramas del poder público se encuentran sometidas al
ejecutivo, por el exagerado poder concentrado en manos del presidente.
La falta de pesos y contrapesos es una de las causas de la
descomunal violencia que vive el país, junto con el aterrador cáncer de la
corrupción que invade todo el cuerpo de la nación, y el presidente
debe combatirles con hechos reales y no con palabras. De acuerdo con
esto, es indiscutible que El Congreso y la Rama Judicial, están inmersos en su
propia descomposición.
La firma de los acuerdos por sí solos, no garantizan la paz, esta
hay que construirla, día a día, trabajando por cambios profundos en lo
económico, en lo político y en lo social, y tanto el Gobierno como el Congreso,
han demostrado su incapacidad para liderarlos y sacarlos adelante. Del actual
Congreso no podemos esperar una transformación política, en la que se aborden
temas como el desmonte del régimen presidencialista, una reforma del parlamento,
una autentica separación de poderes, un poder electoral independiente y
un estatuto de la oposición.
El debate apenas empieza, porque muchos ciudadanos hablan de paz,
pero no están dispuestos a ceder ningún privilegio; quieren la paz, pero sin
que les cueste nada. Con el actual modelo económico y con la estructura
política existente, es imposible conseguir los cambios que requiere el país.
Aquí no se trata de un simple maquillaje del sistema, ni de pequeñas reformas,
sino de transformaciones de fondo que sólo se pueden lograr con la convocatoria
de una Asamblea Nacional Constituyente, que le entregue al país una nueva
Constitución. Sobre este tema, resulta oportuno traer a colación lo dicho
por el teórico Italiano Norberto Bobbio, cuando dijo:
“La constitución es responsable sólo en parte de la manera
en que está gobernado un país, y por lo tanto sirve poco o nada verter lágrimas
sobre la constitución no aplicada o traicionada, o bien hacer reformas o
retoques constitucionales con la ilusión de que bastará cambiar el traje para
cambiar la índole de lo que lleva”
Este debate, que reitero apenas comienza, tiene que servir no para
lanzar gritos de júbilo y aplausos, sino para que desde el campo de la
izquierda y de los sectores democráticos, nos hagamos una profunda autocritica,
por la incapacidad que hemos tenido para forjar la unidad, para impedir que
este país transitara por esta senda tan absurda y obscura.
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